Entre los opúsculos de Santo Tomás de Aquino, hay uno, Del Gobierno de los Príncipes, que resume sus principales ideas sobre lo que para él era el Estado. Pero no solo por eso, esta obra, en su día despertó un interés en mí. También lo atesora (creo) por su mismo título, que reproduce una fórmula recurrente a la hora de mirar de poner apellido a los gobiernos que nos acompañan. Platón, en La República, ya defendía el sistema político que describía como el gobierno de los sabios o sofocracia. El gobierno de los Treinta (o de los Treinta Tiranos) fue aquel mando oligárquico compuesto de treinta magistrados llamados tiranos, que durante menos de un año (en el 404 a.C.) siguió a la democracia ateniense al final de la Guerra del Peloponeso.
Aunque no solo se apellidan gobiernos en masculino. En la actualidad, por ejemplo, ensayistas como Victoria Camps han escrito sobre El gobierno de las emociones (2011). Juan Carlos Monedero dedicó un volumen para la “política en tiempos de confusión”, titulado El gobierno de las palabras (2009). Y está acabado de salir del horno un volumen del fiscal y magistrado emérito del Tribunal Supremo José Antonio Martín Pallín sobre El gobierno de las Togas (2020). Al final, buscamos complementos que nos acaben de ayudar a entender a qué atenernos cuando hablamos de quiénes y cómo nos gobiernan. Y eso, sin duda, merece capítulo a parte cuando nos referimos a lo que ha sido (y de lo que puede quedar por ser) ese estilo de gobierno que desde Washington ha impulsado Donald Trump en Estados Unidos, con el efecto arrastre que aún hoy ejerce la gran superpotencia en Occidente y más allá.
Porque él, tardará más o menos, pero pasará. En cambio, para la historia quedará su estilo y su gobierno, que me aventuro a proponer, en la línea de algunas de las fórmulas observadas, si no valdría la pena bautizarlo como El gobierno de las percepciones. O el de los hechos alternativos (alternative facts), un concepto que sus asesores inventaron para mirar de enmascarar verbalmente sus mentiras desde el mismo día de su inauguración presidencial. Suya ha sido, pues, por cómo la ha sublimado, una tendencia que ni él inventó ni es patrimonio suyo: el Gobierno del hacer como si, sin importar lo que realmente pasa. Un gobierno entendido como máquina generadora de estados de ánimo y de opinión que proyecten como hechos aquello que directamente son mentiras o realidades paralelas construidas artificialmente con una voluntad de desinformación y de maquillaje de una realidad menos satisfactoria que no se identifica como proclive por parte del Ejecutivo de turno.
Es lo que tiene ponerse en manos de piratas que se venden al mercado electoral como “no políticos”, cuando a lo que aspiran es a sustituirlos en el poder, a mayor gloria de ellos y de su inmenso ego. Y, por cierto, hablando de piratas, solo recordar que el autor de Viajes de Gulliver, Jonathan Swift, publicó en su día también uno de los manuales sobre discurso político más influyentes que ha habido: Las artes de la mentira política. Ahora regresa a las librerías con una nueva edición a cargo de Editorial Ariel.
Y en su portada, unas manos juegan a proyectar sombras chinas. Esas proyecciones de objetos reales que ahí no existen. Como aquellas sombras del mito de la Caverna de Platón. Como esas alternative facts y esas fake news que no son más que pseudorealidades, distorsiones que, eso sí, tienen efectos sobre la realidad a través de quienes se las creen. Ahí lo dejo, por si quieren contrastar la vigencia del clásico con Trump y su gobierno de las percepciones (engañosas), dure lo que dure, durante su mandato oficial y más allá.
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