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Hace cien años, el escultismo crecía en todo el mundo. Después del impacto de la Primera Guerra Mundial, y con la adopción del método escuela para sociedades diversas, su fundador, un antiguo militar británico, hizo un giro en cuatro ámbitos: primero, vinculándolo a la educación activa y rechazando el militarismo; segundo, priorizando la idea de criterio propio ante la de obediencia; tercero, adoptando una indudable vocación internacional, vinculada a la Sociedad de Naciones, por encima de la competición entre países; y cuarto, generando un compromiso indiscutible con la paz y la comprensión entre culturas.
En 1922, el “World Chief Scout” hablando de escultismo, afirmaba ante el Congreso Internacional de Educación Moral, en Ginebra: “When the young citizens, male and female, in all countries are brought up to look upon their neighbors as brothers and sisters in the human family, allied together with the common aim of service and sympathetic helpfulness towards each other, they will no longer think as heretofore in terms of war as against rivals, but in terms of peace and goodwill towards one another“.
Pocos años más tarde, el enfoque de educación en la ciudadanía del escultismo chocó con las ideologías totalitarias. Así pues, los países donde se instauraban regímenes totalitarios, como en la URSS, Italia, Alemania o España, el escultismo (y la libertad de asociación) se prohibieron. Pero la popularidad del escultismo, que crecía sin descanso en los 5 continentes, hizo que los regímenes totalitarios vieran una ventana de oportunidad. Y así, copiaron su estética y algunas actividades (uniformes e insignias, fulares o gorros, juegos de descubrimiento…) con el fin de crear una alternativa: los movimientos juveniles del régimen. “Pioneros” en la Rusia soviética, “Balillas” en la Italia fascista, “Juventud Hitleriana” en la Alemania nazi, “Frente de Juventudes” (después OJE) en la España fascista. Los movimientos juveniles de los regímenes totalitarios, con adscripción obligatoria, se imponían a los adolescentes.
En Cataluña, además, esa persecución fue por partida doble, como en muchos otros espacios: se perseguía a los escoltas por representar un espacio de formación en la ciudadanía democrática, y por representar un colectivo nacional, una lengua y unos símbolos también perseguidos. Los totalitarios copiaron la estética del escultismo para capitalizar su reputación y hacer que los movimientos juveniles fueran atractivos. Vistos desde fuera, cuesta diferenciar aquellos chicos uniformados (que la película Jojo Rabbit describe tan bien)de los del escultismo perseguido. Por tanto, ¿dónde está la diferencia? Un psicólogo americano, Herbert S. Lewin, lo analizó en algunos artículos académicos después de la Segunda Guerra Mundial, el más relevante es uno de 1947: “Hitler Youth and the Boy Scouts of America”.
A decir verdad, la diferencia no se aprecia en las fotografías. Las imágenes hacen más fácil para los herederos del fascismo intentar mostrar como inocentes a aquellos movimientos juveniles de los regímenes totalitarios. ¿Recordáis la escena idílica y a su vez terrible de la película Cabaret, donde un joven aparentemente inocente canta “Tomorrow belongs to me”?
Las diferencias que la estrategia de imitación estética de los totalitarismos quería esconder son, fundamentalmente, cinco: (1) Criterio propio vs. obediencia; (2) Valores inclusivos vs. valores excluyentes: (3) Internacionalismo vs. ultranacionalismo; (4) Paz vs. belicismo; (5) Individuo vs. masa; (6) Voluntariedad vs. obligatoriedad
1) Mientras el escultismo pretende educar en la responsabilidad, el carácter individual y el criterio propio desde unos valores de ciudadanía de convivencia, los movimientos juveniles de los regímenes totalitarios quieren instruir en la adhesión total a los principios ideológicos del régimen y la obediencia ciega hacia los líderes (disciplina de masas).
2) Mientras el escultismo educa en el principio de la dignidad igual de todas las personas, y que ningún país ni cultura es superior a otro, los movimientos juveniles totalitarios dicen que hay personas, países y culturas superiores y otras inferiores, y algunos que es necesario eliminar.
3) El escultismo, desde la identidad nacional o creencia individual, promueve la convivencia y el respeto entre culturas e ideologías diferentes, apostando por el internacionalismo. Para los movimientos totalitarios, solo la identidad propia es legítima y tiene que prevalecer.
4) El escultismo promueve la resolución pacífica de conflictos y la paz, desde la igualdad y el respeto por los derechos humanos y la distribución justa y equitativa de los recursos; mientras que los movimientos juveniles totalitarios hacían apología del militarismo, de las armas y de la fuerza.
5) Para los escoltas, la felicidad es una experiencia individual que se crea, vive y se comparte en la convivencia en grupo. En los movimientos totalitarios, la felicidad deriva de un estado satisfactorio de la nación, y se vive, por lo tanto, a nivel colectivo: importa la masa, no el individuo.
6) Finalmente, pertenecer al escultismo es voluntario y nace del compromiso individual con los valores compartidos. En cambio, la pertenencia de los adolescentes a los movimientos juveniles de los regímenes totalitarios era obligatoria: justamente por su finalidad adoctrinadora.
Con todas las contradicciones de la historia del escultismo, que hay muchas, además de la persecución del nazismo y el fascismo, el escultismo fue prohibido, por ejemplo, en China, cuando se convirtió en comunista y en todos los países de Europa del este. Siempre siendo substituido por el adoctrinamiento de régimen.
Todo esto tenía en la cabeza cuando decía en Twitter hace unos días que encontraba muy desafortunada la metáfora que proponía el periodista Francesc-Marc Álvaro cuando ponía como título a un artículo sobre el candidato del partido ultraderechista Vox, “El boy scout de Abascal”. Vox se siente heredero y representa a aquellos que quisieron eliminar el escultismo y todo lo que significaba. Puesto que Twitter no permite muchos matices, por eso la reflexión.
Traducción a cargo de:
Judit Castillo García, alumna de Humanidades UPF
Julia López García, alumna de Humanidades y de Global Studies UPF
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