«Lost Postcards» Isaac Cordal, solo show at Zach Studio, Georgetown. Penang. Malaysia

 

En la gestión de las catástrofes juegan un papel fundamental los liderazgos de distintos niveles, ya que tienen que tomar decisiones en sus respectivas parcelas de responsabilidad, con una difícil combinación de poco tiempo y gran trascendencia. Es una situación semejable a la del senderista que se encuentra delante de una bifurcación desconocida y tiene que elegir uno de los dos caminos, consciente de que probablemente no habrá marcha atrás y de que, en consecuencia, el éxito de la travesía dependerá de aquel preciso instante. Y ahí es cuando aparece la soledad del líder, ya que por mucho que se escuchen opiniones y se analicen casuísticas, siempre llega el momento de pronunciar la última palabra. Hay que tomar aire, armarse de valor y señalar el camino a seguir.

Liderar es complejo. Y todavía no existe un súper manual que al leerlo te capacite automáticamente para coordinar equipos y tomar decisiones. No existe porque la dirección de personas y procesos es un terreno donde no fructifican los dogmas incuestionables ni las categorías generalistas. Más bien todo lo contrario: el liderazgo necesita mucha interpretación y encuentra efectividad en la gestión de los matices.

De hecho, los mejores expertos en la materia, como el psicólogo Daniel Goleman (que en 1996 publicó la obra de referencia La inteligencia emocional) presentan el arte de liderar como una caja de herramientas, repleta de competencias y habilidades, que hay que saber utilizar adecuadamente en función de cada coyuntura. Así que no vale con dominar solo el martillo (aunque sea con maestría), porque se corre el riesgo de que todos los retos acaben adoptando apariencia de clavo.

En esta caja de herramientas hay una cualidad que atesora especial relevancia, pero que pocas veces se alaba, seguramente porque no encaja en los relatos más edulcorados de la función directiva. Se trata de la valentía. O, dicho de otra manera, del coraje necesario para asumir el peso de la responsabilidad. Y es que, sin esta virtud esencial, muchas otras herramientas imprescindibles jamás acaban saliendo de la caja.

 

La valentía es básica, especialmente en momentos de crisis, para impulsar medidas eficaces (aunque muchas veces impopulares) que aseguren el avance colectivo. Además, es un elemento fundamental para preservar la cohesión y el ánimo de las personas afectadas, ya que liderar también consiste en saber alejarse de los comportamientos tóxicos para centrarse en la identificación de soluciones efectivas. De hecho, tal y como explicaba el periodista Carles Francino en esta entrevista de 2022, necesitamos, más que nunca, referentes que tengan el coraje de mantener una actitud constructiva, positiva y empática, capaces de remar en contra de esta inercia social cargada de polarización y ruido.

                 

Por el contrario, la falta de valentía del líder puede desembocar en una inacción muy peligrosa, que de forma silenciosa vaya agravando las consecuencias de las crisis y, al mismo tiempo, carcomiendo las relaciones de colaboración necesarias para superarlas. Y es que, cuando se carece del coraje suficiente para afrontar los problemas, resulta que nunca es buen momento para resolverlos, así que se van postergando y acumulando en una especie de saco ficticio. Pero llega el día en que el saco es tan grande y pesado que ya nadie lo puede mover.

La valentía no es la habilidad más glamurosa del liderazgo, pero si la juntas con generosas dosis de reflexión y sensatez, acaba teniendo una fuerza imparable para llevar las personas y los proyectos a buen puerto, especialmente en situaciones de extrema dificultad. Porque ya lo decía el escritor Publio Sirio en la antigua Roma: “Cualquiera puede sostener el timón cuando el mar está en calma”.