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Maltrato de personas vulnerables, violación, incesto… Nuestras sociedades parecen al fin tomar consciencia de los crímenes y los delitos facilitados por las relaciones de dominación. Cada mes les propongo una mirada transcultural sobre las violencias que atraviesan nuestras vidas – aquellas relacionadas con los acontecimientos de los que extraemos lecciones, pero también aquellas que sufrimos y que hacemos sufrir.

En este comienzo de diciembre, el mes de los niños, enfocamos las relaciones que mantenemos con nuestros queridos querubines.

 

1/ “Es solo una bofetada. Ya se apañará…”

 

Recientemente he visto la película Canino (2009), del griego Yórgos Lánthimos. Tres adolescentes (un chico y dos chicas) viven con sus padres en la casa familiar de la que no han salido nunca. Educados en el miedo al mundo exterior, uno de ellos empala un gato que aparece en el jardín para “proteger a la familia”. Martillazos, cuchilladas e incluso golpes con pesas… La violencia amenaza con surgir en cualquier momento en un universo pensado sin embargo para ser “protegido”. Miren el trailer de Canino.

 

 

Tres animales enjaulados

 

En el trasfondo de los adolescentes maltratados, una estructura piramidal que sitúa al padre en Gran Ordenador del espacio doméstico (él es el único que sale de la casa para cumplir con el papel de directivo de una fábrica), secundado por la madre (borrada y siempre de acuerdo con su marido): una ilustración lo más cerca posible del patriarcado (del griego pater, “padre”, y arkhô, “mandar”). He aquí lo que se refiere a la forma.

Quisiera detenerme un instante en los síntomas de violencia que puntúan el relato de Yórgos Lánthimos. En tanto que espectador, una se siente chocada – si se puede decir así – por los golpes que surgen con una violencia inaudita en el seno de la rutina de los adolescentes. Slash, un corte en un brazo… Bim, una casete VHS por la cabeza, y otro y otro más. Entre dos de ellos, sostenemos asustados la respiración a la espera del próximo golpe. Y una se siente obligada a concebir que este miedo latente es lo cotidiano para los tres jóvenes.

 

Zurra, bofetada e indiferencia

 

En la vida real, aunque las violencias físicas dispensadas a los niños disminuyen en las residencias francesas, hay padres que todavía recurren a la zurra (24%) o a la bofetada (16%), Estudio Ifop (2024). Y cada semana en el Hexágono “un niño muere bajo los golpes de sus padres“.

Ante un adulto que grita a un niño y lo sacude, quedo personalmente estupefacta – en el sentido literal del término.

Ayer mismo, en el metro, estaba aquel hombre (hubiera podido ser una mujer) de pie detrás de sus niños. Con el teléfono a 30 centímetros de los ojos, su única preocupación parecía mantenerse en equilibrio scrolleando en su pantalla. Los niños se daban codazos, reían, se hablaban al oído. Sus movimientos quizás eran bruscos; podían quizás dar algún empujón a un quidam con sus gestos desordenados. En cualquier caso, el hombre surge de pronto de su universo digital y les pega un coscorrón con la mano plana. No fuerte, seguramente, pero el gesto, tan repentino, no era menos violento.

En aquel momento imaginé, más que el dolor, la humillación de los dos chicos en este lugar público. Y luego, que una acción maliciosa llama a otra. ¿Qué dirá este hombre cuando salgamos del metro? ¿Nos va a pegar otra vez? ¿Nos dejará sin cenar? ¿Sin consola? ¿Dirá a mamá o a la maestra que no valemos para nada, que no escuchamos nada? Esta inseguridad crea un estado de vulnerabilidad permanente. La víctima se pregunta a cada momento si está haciendo lo correcto. O si va a recibir un golpe. A menos que surja una frase humillante o un insulto: “Vaya inútil”; “No vales nada”.

A veces las palabras golpean con tanta fuerza como los puños. Quizás los olvidemos (no dejan cicatrices visibles). Pero habrán envenenado nuestra confianza en nosotros mismos, en la vida. Habrán dinamitado sin que nos demos cuenta nuestras ramas, nuestras raíces. Y será necesario un largo y difícil trabajo sobre uno mismo para identificarlos, vaciarlos del daño que han causado y reconstruirse.

 

Desde el primer tortazo

 

En el caso del padre de los adolescentes, en Canino, igual que para el hombre del metro, se habla de violencias educativas ordinarias (VEO).

Violencias. Educativas. Ordinarias.

¿Cómo pueden ser educativas las violencias? ¿Cómo pueden ser ordinarias? Para preparar este artículo he leído algunos posts sobre VEO en las redes. Numerosos comentarios afirman que “el mundo iría mejor” si no fuéramos tan nenazas con nuestros hijos. “Al fin y al cabo nuestros abuelos eran bastante más respetuosos de lo que somos nosotros o nuestros hijos.” Y además “un bofetón nunca ha matado a nadie” (lo cual es falso).

La ruptura del vínculo de confianza con el adulto maltratador y con el mundo que él representa se construye desde el primer tortazo; desde que grita, se burla, humilla; desde que se aprovecha de su posición para dar a conocer su poder. Puesto que justamente es de esto que se trata: de relaciones de dominación.

Y además, un “pequeño bofetón”, una observación penetrante, ¿no son al fin y al cabo, para el adulto, una manera de hacer su trabajo? Entonces sí, seguramente sería mejor que fuera más simpático. ¡Pero es necesario comprender también a los adultos! ¡Cuando estamos pendientes del teléfono, no nos gusta que nos molesten!

 

Asunto privado, asunto público

 

La anécdota del metro lo dice: en un vagón bien lleno, nadie – empezando por mi – reacciona frente a un adulto que pega a dos pequeños. Porque no sabemos qué decir (¿con qué derecho?). Algunos consideran que es un asunto privado – lo cual no es tan seguro a la vista del impacto de estas conductas en la salud mental y, por consiguiente, en los costes que repercuten en la Seguridad Social. Y además porque quizás tenemos miedo de que nos peguen cuando nos toque.

Todavía no sé qué hay que hacer en semejantes circunstancias. Sin embargo, estoy convencida de que esta violencia banalizada – tolerada – crea adultos inseguros. De la misma manera que nuestra responsabilidad está comprometida desde un punto de vista ecológico con el porvenir del planeta, deberíamos tener presente que tratar bien a los niños es preparar un mundo mejor.

 

Para profundizar un poco más:

Les enfants peuvent-ils parler ?, de Clémence Allezard. LSD, la série documentaire, France Culture 2024.

Enfants maltraités, les pédopsychiatres sous pression, de Leïla Dijdli et Emmanuel Geoffroy, Les Pieds sur terre, France Culture 2022.